domingo, 30 de agosto de 2015

Capítulo II

Mi madre siempre estaba por allí y la casa siempre olía a comida. 
Hay un lazo que une a una madre con un hijo y que permanece durante toda la vida e incluso después. En mi caso más que un lazo es una cuerda de ocho cabos que me sigue atando a ella en una relación que no acabara mientras uno de los dos estemos vivos, e incluso después.
Aunque la gente tiende a no creerme, yo siempre cuento que me recuerdo a mí mismo dentro de la cuna, como si fuera una foto fija.
Mi madre compró , no sé si para mí o para alguno de mis hermanos mayores, una cuna metálica que instalo debajo de la ventana de su habitación, junto a la calefacción. Era una cuna de aluminio con una de las partes abatible que subía y bajaba. Algo ocurrió para que se haya quedado grabado en mi memoria la imagen de mí mismo de pie en la cuna, sujeto a las barandillas y mirando a través de ella la habitación. Debía ser verano por qué también recuerdo que solo lo iluminaba la luz que se colaba por las rendijas de la persiana, estaba despierto y pensaba...
Cuentan que tenía mal dormir, algo que se ha corregido con los años convirtiéndome en un autentico zopenco que se duerme de pie, y que todos mis hermanos, mi madre, mi padre y hasta alguno de mis tíos se tenían que turnar durante horas para acunarme en sus brazos. Supongo que mi hermana Paqui se llevaría la peor parte... pero solo son suposiciones.
Mi padre solo estaba por las tardes. Llegaba sobre las cinco a casa y todo cambiaba con su presencia. Aparecía por la puerta con su traje siempre limpio y bien planchado, uno de esos bolsitos pequeños de cuero negro y de nombre ofensivo llamado mariconera, y latas de foie gras y sardinas envueltas en papel de oficina. Era un hombre serio y extremadamente correcto. Creo que no me dio tiempo suficiente a conocerlo. Le gustaba madrugar e incluso los fines de semana se levantaba pronto y se sentaba en el salón a leer o hacer crucigramas. Hubiera sido bonito conocerle mejor, saber realmente como era, reconocer su humor y su forma de pensar, pero el tiempo fue demasiado limitado para él.
Mi padre tenia vocación por la enseñanza y una gran inteligencia. En casa había un libro muy gordo con las pastas de tela que él conservaba de su época de estudiante universitario y cuando teníamos alguna duda con los deberes lo sacaba de la estantería y buscaba entre las paginas de papel biblia las respuestas a cualquier cosa. De mi padre he heredado muchas cosas, su carácter, su poca mano con los niños, su solemnidad, su soberbia... tantas y tantas cosas que con el tiempo he ido reconociendo y perdonando en un ejercicio que me ha costado muchos años aprender.
Vestía siempre de traje y corbata, apenas en verano o en ocasiones informales utilizaba ropa de otro tipo. Le gustaba silbar canciones y tenía buen oído para la música. Suelo identificar personas con canciones y para papá sería sin duda "Beguin the Beguine".
Sobre las cinco de la tarde volvía de la oficina y yo sentía una mezcla de alivio y seguridad porque papa ya estaba en casa, pero al mismo tiempo me daba un poco de miedo aquel hombre que tenia el temperamento de un rayo. Nunca sabré si él y yo nos hubiéramos llevado bien, quizá eramos demasiado parecidos, pero me hubiera gustado descubrirlo. Su persona para mí siempre ha sido un misterio que me ha hecho dudar mucho él, sobre mi y sobre nuestra relación padre-hijo.

Mi casa era un jaleo cuando estábamos todos allí: Cuatro hermanos más papa y mamá en un piso de tres dormitorios era mucha gente para poco espacio.  Hoy en día sería impensable. En casa no había cuarto de juegos, ni zona silenciosa para que los mayores pudieran estudiar. En mi casa todo se hacía en cualquier sitio.
Alguno de mis tíos debió regalarme un triciclo que yo usaba por el pasillo de la casa estampándome con las puertas y las esquinas, luego se hizo obra y el pasillo desapareció para convertirse en un office unido a la cocina.
Creo que por ser el pequeño de la casa y último de los primos, siempre fui el capricho de todos: padres, hermanos, tíos y primos mayores me regalaban un montón de cosas: juguetes, ropa, tebeos para colorear...

Años antes de que yo naciera, por el año 71, mis padres junto con mis tíos compraron un terreno para construirse cada uno una pequeña casa en la montaña, cerca de Alcalá. Les solía gustar irse los fines de semana al río a hacer barbacoas o coger el coche con todos los niños y partir sin rumbo fijo a algún lugar cercano y agradable donde pasar el día en la naturaleza. Una mañana  sin saber por que fueron a parar a un pueblo cercano que les llamo especialmente la atención y decidieron que mejor tener un sitio fijo donde quedarse, asi que buscaron al dueño del terreno donde estaban y le ofrecieron comprárselo, a lo que el hombre accedió.   En aquella ladera de la montaña existía una construcción en ruinas, una antigua yesera de la que apenas quedaban unos muros y las chimeneas.
Decidieron cubrir aguas y construir un espacio cerrado, y después ampliaron hacia los laterales. Meses después pensaron que quizá con una planta mas podrían  sacar dos o tres dormitorios y asi, poco a poco, lo que inicialmente iba a ser una pequeña construcción con una barbacoa donde ir los domingos, fue creciendo y creciendo y se convirtió en una casa enorme de dos plantas, piscina y una barbacoa gigante. Frente a esta, mis tíos levantaron otra casa.
Esta casa es el telón de fondo de casi todos los acontecimientos mas importantes de nuestra vida familiar, vinculada a los recuerdos de infancia y juventud, a mis padres, a mis tíos, al bautizo de mis cuatro sobrinos, comuniones y cumpleaños... Todo ha ocurrido siempre alrededor de esta casa.

Todos los fines de semana, hiciera frió o no, íbamos allí. Mi madre cuenta que la primera vez que yo la pisé debía tener alrededor de dos meses de vida. Nací en noviembre, así que fui por primera vez en Enero.
Las casas están en medio de una montaña enorme y no la rodean nada más que los inmensos pinares que mis padres plantaron para protegerla. Mi tía Rosi aun cuenta como me cuidaba dándome calor frente a la chimenea mientras todos trabajaban levantando tabiques y poniendo tejados.
Recuerdo, con algún año más, aquellas noches de invierno, con los arboles deshojados y el frió polar metiéndose en los huesos y campando por la casa a sus anchas. Mi madre montó un pequeño cuarto de estar en una de la habitaciones superiores donde la estufa calentaba el habitáculo las veinticuatro horas del día y la tele en blanco y negro sonaba sin descanso en un intento vano de entretenernos a mi hermana Rosa y a mi los viernes por la noche con el Un, Dos, Tres y los sábados con un programa que se llamaba Sabadabadá que presentaba Mayra Gomez-Kenp y donde salia Torrebruno y un muñeco que llamaba Horacio Pinchadiscos. Era un programa con mucho color pero que yo lo recuerdo en Blanco y negro y en una tele muy pequeña, rodeado de un calor asfixiante que contrastaba con la temperatura que había en el exterior de la casa.
Mis tíos llegaban siempre más tarde. Tenían un Renault 12 verde pistacho, ademas de un bar y una mercería en Aluche. En invierno, que anochece tan pronto, ellos llegaban de noche y cuando subían por el camino que da acceso a la casa los faros iluminaban el techo de la habitación y del salón y esa era la señal de que estaban llegando y la licencia para salir de la casa. Íbamos corriendo a recibirlos y cuando entraban a su garaje y encendían las farolas de luz blanca de la finca todo se iluminaba. Ya no estábamos solos en medio de la nada.
Mi tío Julín, hermano de mi madre, era alto y tenia la calva brillante. Siempre sonreía y cuando lo hacia los ojos se le achinaban mucho y a mí me hacia reír ese gesto. Me vacilaba por que yo de pequeño era muy poca cosa y tenía las piernas flaquitas, así que el me decía " Juliete ¿Donde esta la pierna gorda?" y yo alternaba la mirada hacia una y otra buscándola, entonces el se reía al verme en ese afán.
Le llamaron Julín hasta que marchó demasiado pronto, dejando la finca y el mundo mas vació y mucho mas triste..
De él recuerdo su humor, siempre alegre y paciente. Su buen carácter y su afán por fumar, era (o yo le recuerdo) muy lato y bastante delgado, de sonrisa contagioso, extremadamente social (en eso nos parecemos) y muy buena persona, como todos en mi familia. Durante muchos años fue lidiando con un cáncer que termino con él demasiado pronto. Fue el primero de muchos a los que he ido despidiendo a lo largo de mi vida. Aun recuerdo el ultimo verano que pasó en la finca. Estaba muy cansado y se pasaba horas tumbaba en su sofá forrado con una tela de cuadros rojos y negros. A mi me gustaba ir  a verle y darle besos en la calva, quizá pensé que así le podía curar, pero no hubo suerte.
Tenía una necesidad imperiosa de estar en la finca, mi familia materna es muy de estar en contacto con la naturaleza, y él disfrutaba haciendo mil cosas por allí. Cuando llegaba los viernes se quitaba el traje y la corbata que le oprimía durante toda la semana y se ponía un pantalón corto y una camiseta de hombreras y trasteaba por allí. Se le veía feliz, libre, en su sitio.
La tía Rosi era su mujer y yo siempre la identifiqué con María Dolores Pradera. Quizá lo he soñado, pero tengo el recuerdo nítido de ella por la finca y la flor de la canela sonando como una banda sonora de fondo. Siempre he tenido un gran apego a todos mis tíos y tías y ella no ha sido menos. A día de hoy es la única que aun queda viva y sigo viendo en ella aquellos ojillos pequeños y acuosos que siempre ha tenido. Mi tía siempre dijo que me quería casi como a un hijo, y yo siempre me lo he creído, por que nunca dejó de consentirme en todo. Era una mujer alegre a la que sin embargo el campo no le gustaba tanto, le gustaban las costuras y labores, hacer punto, ganchillo... cosas de mujeres. De pequeño pasaba tanto tiempo en la casa de mis tíos como en la mía, hasta el punto de confundir cual es cual. Me cruzaba de una casa a otra y ambos confiaban que estaba al cuidado del otro y esa confianza mutua hizo que mi cuerpo este lleno de cicatrices: con cuatro o cinco años me caí con una botella de cristal cruzando de una casa a otra y me corte media mano, un año después me resbale en una pila de ladrillos y me hice un corte en la barbilla, me dieron siete puntos pero por la noche me los arranqué por que me molestaban, y una mañana de verano mientras mis padres pensaban que estaba con mis tíos y mis tíos con mi madre, decidí que si me tiraba por la terraza quizá volaría: no hubo suerte en lo de volar, pero si en que, como los gatos, siempre he caído de pie, no me rompí nada ni me hice un solo rasguño.
Mi tía se llama Rosario Sabina, o Rosalia Sabina ó Sabina Rosario... nunca lo supimos a ciencia cierta pero el Sabina lo tenia por algún lado, así que el 29 de agosto de cada año como colofón del verano, mi padre y mi tío sacaban de la cámara un montón de cajas llenas de bombillas de colores y llenaban la finca de guirnaldas, luces y música.  Compraban toneladas de comida, litros y litros de vino y refrescos e invitaban a medio pueblo y todo Alcalá a celebrar Santa Sabina. La casa se llenaba de gente y la finca era un hervidero de coches, venían el resto de mis tíos y todos los vecinos de alrededor y de fondo siempre  sonaban pasodobles y boleros. Los niños nos desatábamos ante el jaleo que se montaba, pero allí siempre nos dejaban hacer todo lo que quisiéramos, comer hasta hartarnos, bañarnos en la piscina a cualquier hora...apenas existían límites en ese día hasta que daban las dos o tres de la madrugaba y culminaban la fiesta con fuegos artificiales.
Se acababa la música y todo el mundo volvía a sus casa.
El verano había acabado otro año mas, la vuelta al colegio estaba cercana.

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