jueves, 20 de agosto de 2015

Capítulo VI

Casi todo lo que recuerdo de mi infancia es en blanco y negro, una especie de fotografía borrosa que no sé si he vivido o simplemente me lo han contado y lo cierto es que no sé en que momento desapareció dejando paso a ese estado en el que te haces mayor. 
Supongo que me hice mayor cuando murió mi padre. Mayor de golpe.
Hasta entonces fui niño.
También es cierto que parece que en mi infancia siempre fue verano porque recuerdo todo con sol, salvo alguna mañanas de colegio.
Mi colegio estaba muy cerca de casa y para llegar a el había que cruzar un espacio lleno de barro y piedras que nosotros llamábamos "la era". Como una inmensa piscina sin terminar, en la mitad de todo ese espacio estaba escarbado una especie de agujero lleno de piedras; circundando la era unas tapias de ladrillo medio hundido y un camino que se llenaban de barro cada vez que llovía. En medio de esa cochambre estaba mi colegio, y todos los días por la mañana y por la tarde íbamos y veníamos. 
Lo bueno es que estaba muy cerca de casa, lo malo, que nunca me gusto. 
Mi madre a mejorado en salud con los años pero cuando yo era pequeño, a ella siempre le dolía algo. Recuerdo que se metía en la cama y bajaba la persiana cuando le daba un fuerte dolor de cabeza, entonces mi hermana y nos turnábamos para cambiarle el pañuelo de agua fría que se ponía en la frente para mitigarlo. 
Otras veces le dolía la espalda o simplemente se encontraba mal. Siempre ha sido fuerte y ha sabido que lo primero era sacarnos a nosotros adelante, pero a veces se rendía y se recostaba un rato. Entonces la casa se quedaba vacía, sin su presencia, sin su aroma, sin su voz. Nunca he soportado estar en casa de mi madre, sin que mi madre inunde toda la casa.
En definitiva, lo que pasaba era que entre unas cosas u otras casi siempre le tocaba a mi hermana Paqui llevarme al colegio. Ella y su paciencia infinita con los niños. A veces renegaba por que tenía que estudiar, pero casi siempre sacaba tiempo para poder hacer todo.
Siempre me costó madrugar, me sigue resultando un esfuerzo tiránico. Cada día de mi vida es una lucha el levantarme; pero mi hermana conseguía hacerlo mas fácil.
A las 8 de la mañana  me despertaba y allí sobre la cama me vestía con la ropa que ella le gustaba. Tenía unos pantalones bombachos y unos calcetines de ganchillo que le gustaba ponerme, después me llevaba al baño y me peinaba el pelo como podía. Con el tiempo ha ido cambiando, pero por entonces mi pelo era rubio muy rizado y  casi imposible domarlo, pero ella pasaba una toalla por la cara, mojaba el peine en agua caliente y cepillaba hasta que aquel amasijo parecía algo.
En la época de los piojos, que yo nunca tuve, se tenía por costumbre lavar el pelo a los niños con vinagre. Aquello me parecía tan traumático que mi madre recurría a mi hermano Jose para que me sujetara como un saco y aplicar la loción mientras yo pataleaba como si estuviera poseido. Luego estaba oliendo a ensalada durante toda la semana
Paqui me hacia papilla de galletas desmigadas en la leche y tras esto a atravesar la era para ir al colegio. En casa siempre fuimos muy impuntuales, así que llegaba siempre tarde.
En preescolar tuve una profesara que se llamaba Begoña y a la recuerdo por encima de todos los profesores que he tenido a lo largo de mi vida. Era una mujer delgada y que siempre estaba de buen humor. Tenía una capacidad increíble con los niños y hacía que las clases parecieran siempre un recreo. Después de tantos años de estudio me he dado cuenta que lo más importante de todo me lo enseño ella: leer.
Cuando me hice más mayor, como solo había que cruzar una carretera y Paqui estaba ya en la universidad, mi madre se asomaba por la ventana de la terraza para verme cruzar y continuaba el camino hasta el colegio yo solo, mirando todo el rato hacia atrás hasta que su cabeza se hacia cada vez mas pequeña y se perdía en la distancia.
Nunca he entendido a la gente desapegada a sus madres. Aun hoy, solo me siento seguro y en paz cuando ella esta a mi lado, entonces y solo entonces sé que ella me cuida, el resto es solo una espera.
Mi hermana Rosa iba a otro colegio diferente, pero cuando llegó a quinto de EGB la cambiaron al mio y como ella es cuatro años más que yo heredó la tarea de responsabilizarse de mí en los trayectos y conseguía entretenerme con cosas absurdas durante los ocho o diez minutos que tardamos en llegar. Me decía "di shandwich" y yo lo decía, y ella repetía "pero asi no, es shandwich" poniendo mucho énfasis en la "ch" del final como si yo lo pronunciar mal y ella bien cuando en realidad los dos lo decíamos igual. Entonces ella volvía a decir "shandwich" y entrabamos en un bucle que se acababa al atravesar las puertas del colegio y separarnos y continuaba a las doce de regreso a casa. Cosas absurdas que se hace de niño.
Antes nadie vestía de marca ni se compraba ropa cara, todos vestíamos de mercadillo. Mi madre iba a buscarnos a la puerta del colegio cuando empezaba la temporada y nos llevaba al mercadillo de al lado donde nos compraba la ropa y los zapatos para la temporada, los libros los heredamos del hermano mayor al pequeño, de la vecina al primo, y así hasta que se caía a cachos.
Como dije antes nunca me gustó el colegio, y cuanto más mayor me hacía menos me gustaba. Pero tengo un buen recuerdo de aquel lugar, sobre todo esos días de navidad, cuando hacía tanto frió en la calle y las aulas estaban calientes, oliendo a pinturas de cera y tiza, a sudor de niño pequeño y colonia infantil, con sus pupitres verdes y la foto del Rey sobre la pizarra.
Supongo que la infancia se intensifica, se mitifica con los años, pero podría decir que mi infancia fue feliz, aunque no por el colegio.
El invierno se hacia largo, mas aun en Alcalá que es una ciudad muy fría, donde la humedad se te mete en los huesos y en alma.
Los domingos, mis padres se juntaban con mis tíos. Unas veces íbamos a su casa y otras venían ellos a la nuestra.
Mi tío Eleazar el hermano de mi madre, siempre ha sido una persona muy tranquila, y hoy por hoy es ya el único de todos que aun esta vivo. Estaba casado con la tía Bienve, una mujer con una personalidad arrolladora y muchísima vitalidad. Todo el carácter que le faltaba a él, le tenía ella por duplicado. 
Era una mujer alta, con el pelo caoba y porte de artista y cuando entraba a casa perfumaba todo con su presencia.  Siempre tenía algo que contar, siempre estaba de buen humor, siempre nos hacia reír... Era inteligente y siempre me pareció la mas guapa de todas. Nunca la vi sin maquillar o despeinada, ni siquiera el día de su funeral,  y se sabía la biblia al dedillo, aunque pocas veces se hablaba de religión con ella en las reuniones familiares. 
Marchó hace algo más de un año y el mundo, desde entonces, se quedo un poquito más triste sin su risa y sus imitaciones de Lina Morgan, y su voz que parecía estar siempre cantando.
Mi tía Bienve era de otra religión distinta a la nuestra y parte mis primos también, así que los domingos hasta que no terminaba con sus tareas espirituales no llegaban a casa.
Solían llegar sobre las siete y empezaba la fiesta. A nosotros nos daban algo de dinero para comprar chucherías y nos metían en la habitación a jugar mientras ellos fumaban, tomaban café y hacían tertulia en el salón.
Mi hermana y yo jugábamos con mi prima Miriam  a pintar cosas a oscuras, a lanzar la bomba con una biblia que ella traía siempre debajo del brazo, a hacer imitaciones debajo de la lampara de una niña repelente que se llamaba Nika Costa y que en ese momento nos parecía lo más, y un montón de cosas absurdas que hacían que la tarde se esfumara entre gominolas y patatas fritas.

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